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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 14 de junio de 2015

Antología sobre el pase de pecho



No cabe concebirlo como el complemento necesario a una serie de naturales. El pase de pecho ha sido siempre mucho más. Como recordaba "Clarito" con la suerte de matar eran el refugio de toreros antiguos tan renombrados como Mazzantini o Frascuelo. Con Juan Belmonte, y ahí la historia es unánime, llega a su culmen, tal como lo reseñó Gregorio Corrochano, curiosamente en un libro que le dedicaba a Joselito. Rafael Ortega, el de la Isla, lo dijo claro: "Lo verdaderamente importante aquí es cargar la suerte con el pecho, echando el peso para adelante, por eso se le llama pase de pecho. Hay muchos que lo dan tirando del pecho para atrás o que se quedan muy derechos, muy tiesos, y no es así: lo característico, lo puro es echar el cuerpo para adelante dando el pecho".

Con Juan Belmonte en la cumbre  
Antología sobre el pase de pecho


Como consta invariablemente en casi todos los tratados, en Tauromaquia se denomina pase de pecho a la forma más habitual que tienen los toreros de finalizar una serie de pases naturales. Para ejecutarlo, el matador sujeta la muleta con la mano izquierda y se coloca más o menos de espaldas al toro para provocar su arrancada y luego llevarlo embebido en el engaño hasta consumar la suerte, para darle salida por la hombrera contraria.

Se suele decir que el pase está bien realizado cuando el espada acierta a conducir a su enemigo suavemente, sin brusquedades y sin tirones. Aunque luego se dan muchas variantes, buena de ellas nacidas de la improvisación del artista, se suele iniciar con la mano baja para ir luego subiéndola poco a poco hasta dar la salida por arriba. 

Aunque hay etapas en los que se pone de moda el encadenamiento sucesivo hasta integrar toda una serie, a diferencia de otros pases con la muleta, que se dan en serie, el de pecho es carácter único, otorgándole una función complementaria del pase natural, con el objetivo de que, al alejarse unos pasos del toro, el animal quede colocado para ejecutar otra suerte, como una segunda tanda, o la preparación para otro tipo de suertes, incluida la estocada.

A este respecto, Cesar Jalón “Clarito”, según dejó escrito en su “Grandezas y miserias del toreo”, nos recuerda que "en tiempos no remotos los toreros de poco repertorio con la muleta, los "poco toreros", buscaban su desquite en el pase de pecho y en la suerte de matar. Mazzantini --y eso que banderilleaba al cuarteo fácilmente "por los dos lados"-- y Frascuelo mantuvieron con eso su jerarquía. Y es que hay dos caminos que desembocan forzosamente –forzadamente-- en el pase de pecho: el toreo al natural y la llamada suerte suprema, cuando estos dos caminos se andan bien: con apretura y a conciencia”.

Y a continuación añadía: “La simple "ida" de un pase natural, tiene como "vuelta" el pase de pecho. Y en la suerte de matar, el momento de embeber, con la mano izquierda, en la muleta al toro, mientras la derecha "va hiriendo", y el de vaciarlo (despedirlo de la suerte) en ese segundo interminable de "cruzar", vale por más de medio pase de pecho”.

Cuando se repasan los tratados más antiguos, se observa una amplia coincidencia en considerarlo –incluso de denominarlo-- como un pase cambiado, por cuanto el pitón izquierdo del toro es el que pasa más cerca del torero, cuando este lo ejecuta con la mano derecha, mientras que en el pase natural cuando el torero lo realiza con la mano derecha, el pitón que pasa más próximo a su cuerpo es el derecho.

Cuando se realiza en toda su pureza más discutible podría ser su definición como un “pase de expulsión”, esto es que da salida al toro para una vuelta a seguir con su faena.

Y así, un hombre de la solvencia de Antonio Peña y Goñi dejó escrito que “el grandísimo mérito del verdadero pase de pecho está en que el toro obliga al matador a (ejecutarlo) sin darle tiempo a enmendarse, verificando el embroque muy sobre corto".

En el pensamiento de Gregorio Corrochano, el pase de pecho era “el complemento del pase natural. Si es obligado por el toro, pone a prueba el temple y la serenidad del espada. Así como suelto, preparado y porfiado es un pase cualquiera, sin valor de técnica y sin eficacia; ligado con el natural es grandioso”.

Pero el reconocido cronista hacía una diferenciación importante: “así como en el verdadero pase de pecho --el de la izquierda-- pasa el toro por el pecho del torero, y de ahí su nombre, en el pase con la derecha rara vez cruza el pecho. Mejor definido está llamándole “de costado”.

Si nos atenemos a las descripciones que hizo José María Cossío los pases por alto, puesto que se da salida al toro por el lado natural o normal, habría que considerarlos una variedad de los pases naturales. Según otros escritores, puesto que el torero se ayuda de la espada para desplegar la muleta en toda su extensión, hay que incluirlos entre los pases ayudados.

En su blogs La razón incorpórea, un estudioso como José Morente realiza una enumeración y una diferenciación que encierran bastante más que matices. Y así, a la hora de enumerar las posibilidades que se dan para realizar los remates por el pitón contrario, diferencia hasta XX formas diferentes: el pase por alto, el pase por bajo con la derecha o con la izquierda, el martinete, los cambios de muleta por la espalda.

En la estética del toreo, siempre se ha adjudicado a Juan Belmonte la posición más preeminente. Sin embargo, para el Pasmo de Triana, como para su propia generación, el pase de pecho no era un pase de remate sino uno más dentro de su faena. Sólo así se entienden en su pleno sentido a los cronistas de hace un siglo, cuando en sus reseñas destacaban tanto al propio pase de pecho.


A la hora de materializar esta forma de entender la suerte luego se han ido dando singularidades muy significativas. Pero por encima de todos figura la concepción que tuvo Juan Belmonte. En su libro “Introducción a la Tauromaquia de Joselito”, Corrochano acertó a explicar la singularidad de este torero: "¿Como era el pase de pecho de Juan Belmonte? El brazo izquierdo muy extendido hacia el toro. La muleta tocando el suelo, y cuando el toro tomaba los vuelos de la muleta se lo traía muy toreado y se lo pasaba hasta rozarse con la mano izquierda el hombro derecho, con lo que el toro embestía en semicírculo, en un movimiento parecido a la media verónica, y cuando estaba todo el toro pasado y el brazo izquierdo no daba más de sí, sacaba la muleta por encima de los cuernos y, barriendo los lomos, le peinaba la cola”.

Y Corrochano añadía: "Estos pases , así iniciados, toreados, mandados, rematados y ligados suponen mucho quebranto del toro, que fácilmente se comprenden no resistan muchos pases, y sobre todo ligados, sin romperse la continuidad, sin interrumpir el toreo, que este no interrumpir el toreo es lo eficaz, lo difícil, lo peligroso y lo torero".

Una concepción que en nuestro rememoró en tantas ocasiones el más belmontista de los toreros contemporáneos: Emilio Muñoz, pero que también se la hemos visto plasmar en ocasiones a Morante, entre otros.

Con un pensamiento repleto de pureza se movía en esta materia el gran Rafael Ortega. Sus palabras sobre el pase de pecho n o pueden resultar más definitorias: “Ultimamente he leído que si esto o que si aquello, que si el hombro contrario, que si el círculo… Desde luego, si el toro describe un semicírculo, mejor, porque se le lleva más tiempo toreado, pero cuidado, sin descargar la suerte. Lo verdaderamente importante aquí es cargar la suerte con el pecho, echando el peso para adelante, por eso se le llama pase de pecho. Hay muchos que lo dan tirando del pecho para atrás o que se quedan muy derechos, muy tiesos, y no es así: lo característico, lo puro es echar el cuerpo para adelante dando el pecho. Al iniciar el pase con la mano baja, para que el toro venga humillado, hay que echarle el pecho adelante al toro y luego, cuando le vas marcando el viaje, el animal debe pasar casi rozándotelo; en la salida, el codo del torero tiene que deslizarse por encima del lomo del toro hasta que éste pasa tan largo cual es de cabeza a rabo”.

Pero hay muchos ejemplos posibles. Y así, Antoñete o El Viti apostaron siempre a la concepción más clásica de llevar suavemente al toro de pitón a rabo, con el compás levemente abierto para cargar la suerte, adelantando lo necesario la muleta en el cite..

Rememorando la tarde histórica de abril de 1966, ante un toro de Samuel Flores y en Sevilla, un escritor contemporáneo como Luis Carlos Peris recordaba que la de “El Viti” en aquella ocasión “era la faena perfecta, ante la obra más acabada y redonda, faena basada en lo fundamental con el aditivo de unos adornos que iban del afarolado al molinete o que mutaba el pase de pecho por una trinchera que sabía a gloria... y a Juan Belmonte”.

El ya citado José Morente nos recuerda como dentro de la rica variedad del toreo como en ocasiones el pase de pecho, como cualquiera otros remate, viene luego lleno de matices, fruto de lo que denomina “la capacidad de inventiva de los diestros”. Un caso emblemático al respeto se encuentra en el hacer de Santiago Martín “El Viti”, cuando en tantas ocasiones su pase de pecho venía precedido por un farol.

Ha sido, en fin, el pase de pecho la plasmación del toreo en todo su profundidad. Gerardo Diego lo dejó patente con sus versos:

Entre un temporal deshecho
la gruesa nave embestía.
Al pasar por el estrecho
la plaza se estremecía.
Tú erguido, firme, derecho,
faro en tu roca vigía,
larga el brazo, álzale al techo,
rompa la espuma bravía.
Y allá va el pase de pecho.
Fue la noche y ya es el día.

Pero su riqueza es tal que igualmente emociona hoy a los tendidos cuando ese pase de pecho se construye un tanto de costadillo y con los pies juntos. El torero ni se cruza, ni se carga la suerte en su sentido más propio. Pero tiene su encanto.

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